Las cifras de la inflación del IPCA de la eurozona sorprendieron al alza, al situarse en el 9,1% en agosto, frente al 8,9% de julio, y suponen un nuevo récord desde la creación del euro. Los principales causantes de esta situación siguen siendo la energía y los alimentos, que representan aproximadamente dos tercios de la inflación general. Por otro lado, también hubo indicios de una ampliación de las presiones inflacionistas, ya que la inflación subyacente aumentó al 4,3%, tres décimas más que en julio.

Dado que los precios futuros del gas han aumentado significativamente en los últimos meses, la inflación general de la eurozona mantendrá una tendencia al alza a corto plazo y probablemente alcanzará un máximo de aproximadamente el 10% en el cuarto trimestre de este año. La volatilidad de los precios del gas –que también repercute en los precios de la electricidad– afectará al momento exacto en el que se alcance el pico de la inflación. Es probable que el suministro de gas ruso se vea gravemente perjudicado en los próximos meses, con riesgos significativos de interrupción total, por lo que las intervenciones por parte de la UE en los mercados de la electricidad deberían sugerir un tope a los precios del gas.
Por su parte, la inflación de los alimentos probablemente seguirá subiendo, como consecuencia de la sequía en Europa, los fenómenos meteorológicos extremos en todo el mundo y las interrupciones relacionadas con la guerra.
De cara al futuro, la inflación debería descender rápidamente durante 2023, especialmente en el segundo semestre, ya que la estabilización de los precios de la energía –y los efectos de base relacionados–, la suavización de las restricciones de la oferta mundial y, fundamentalmente, la fuerte desaceleración de la demanda debería ejercer presiones a la baja. Por otro lado, cabe destacar que es probable que la eurozona entre en recesión en el segundo semestre de este año, debido al agravamiento de la crisis energética.
El último informe sobre la inflación en la eurozona refuerza los argumentos a favor de una subida de tipos de 75 puntos básicos –en lugar de 50– en la reunión del BCE de la semana que viene, aunque la magnitud de la medida dependerá en última instancia de las últimas previsiones. Es probable que muestren un mayor deterioro de la situación del crecimiento de la inflación a corto plazo, lo que supondría un dilema político para el BCE.
Por ahora, el BCE probablemente se centrará en la elevada inflación (como la Fed) y se inclinará por los riesgos de que la inflación se arraigue por los efectos de segunda ronda. Sin embargo, como el riesgo de recesión se ha incrementado, la ventana de oportunidad para llevar a cabo un mayor endurecimiento de la política monetaria se ha reducido. Posiblemente, el BCE adelantará algunas subidas de tipos en las próximas reuniones y realizará una pausa hacia finales de año, a medida que se hagan más evidentes los daños que la actual crisis energética está causando a la economía.
En cuanto a las elecciones italianas de finales de septiembre, sus consecuencias podrían provocar cierta tensión en los bonos periféricos europeos, lo que pondría en entredicho la credibilidad del Instrumento de Protección de la Transmisión del BCE. A grandes rasgos, es probable que la normalización de la política monetaria del BCE se lleve a cabo con cautela. La dependencia de los datos, la opcionalidad y la flexibilidad marcarán el futuro en medio de una elevada incertidumbre.