
Una versión acelerada de la globalización (que algunos apodaron «hiperglobalización») ha venido operando durante gran parte de una generación. Las multinacionales, alentadas en parte por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la creación del euro y el ingreso de China en la Organización Mundial del Trabajo, han «surfeado» la ola de la globalización y se han beneficiado del impulso secular en los márgenes. Ahora bien, dada la creciente preocupación por la posibilidad de que la globalización haya llegado a su límite, ¿corren peligro los márgenes?
En la era posterior a la crisis financiera mundial, los directores financieros se han tornado extremadamente hábiles a la hora de utilizar todo tipo de ingeniería financiera para incrementar los márgenes, los beneficios y los precios bursátiles. Han adoptado estrategias con reducidas necesidades de capital, han aumentado el apalancamiento, se han embarcado en actividades de fusión y adquisición financiadas con deuda y han recomprado acciones. Las compañías también se han convertido en especialistas en reducción de costes mediante la gestión de las cadenas de valor globales, la obtención de bienes y servicios intermedios procedentes de todo el mundo y su ensamblaje en países de bajo coste. Al mismo tiempo, han participado en operaciones de arbitraje fiscal y regulatorio a escala internacional.
Sin embargo, al avanzar la globalización más y más, los beneficios marginales de una globalización adicional han disminuido. El valor añadido resultante del TLCAN, la creación de la zona euro y la externalización parece haber llegado a su fin.
Mejor… ¿imposible?
Pese a las idas y venidas de la globalización durante miles de años, el orden económico establecido tras los acuerdos de Bretton Woods, que dio paso a la actual cadena de valor global, se ha visto respaldado por la función central del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial, al tiempo que determinadas instituciones, como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional, así como Estados Unidos actúan como los inspectores del mundo.
En este entorno, la cadena de valor global se ha basado en un imparable descenso de los aranceles. No obstante, existen cada vez más señales de que la globalización podría haber llegado a su límite, lo que se manifiesta a través de una creciente desigualdad de ingresos y un concomitante aumento del populismo, entre otros síntomas.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China pone en tela de juicio la viabilidad de la cadena de valor global en un mundo donde los derechos arancelarios podrían estar desandando una trayectoria bajista de décadas. Si Estados Unidos impusiera aranceles del 25% sobre todos los bienes importados de China, los gravámenes aduaneros en su conjunto se incrementarían hasta cotas no vistas desde la década de 1960.
Ahora bien, las cadenas de valor globales no se diseñaron teniendo en cuenta los aranceles de los años sesenta. A tan elevados niveles, las cadenas de valor probablemente se tensionarían. Al mismo tiempo, las barreras no arancelarias parecen ir en aumento en todas partes. La cadena de valor global se construyó para un mundo de bajos aranceles donde el libre comercio se considera un bien común. Sin embargo, los recientes acontecimientos cuestionan esa visión, lo que a su vez pone en peligro una cadena de valor global de varios billones de dólares.
No quedan palancas por accionar
En un entorno en el que los directores financieros ya han accionado todas las palancas disponibles, ¿existe margen de error desde la perspectiva de los precios de los activos? No demasiado, en nuestra opinión.
Si la globalización da marcha atrás y las cadenas de valor globales se deterioran o se ven obligadas a realizar ajustes costosos, los márgenes brutos se verán, a buen seguro, perjudicados. Las compañías que han generado márgenes, beneficios y rentabilidades bursátiles por encima de la media, no por la producción de bienes superiores sino por una gestión eficaz de las cadenas de suministro globales, podrían encontrarse en situaciones insostenibles, desprovistas de un «foso económico».
Además, en un entorno donde a las cúpulas directivas les quedan muy pocas cartas que jugar y los márgenes están en peligro debido a las perturbaciones en las cadenas de suministro, las empresas que disponen de unos modelos de negocio realmente diferenciados, una propiedad intelectual única y un valor de marca excepcional probablemente se hallarán mejor posicionadas para afrontar las cambiantes condiciones mundiales. Las compañías que no logren trasladar rápidamente la producción con el fin de evitar el impacto de los aranceles y las empresas sin poder de fijación de precios podrían atravesar dificultades.
Habida cuenta de estas distorsiones potenciales, la selección de valores resulta cada vez más importante, ya que la dispersión del mercado cobra fuerza tras una década de movimientos monolíticos en los precios impulsados por los índices. Como resulta natural en las fases postreras del ciclo económico, los inversores se han tornado mucho más selectivos, por lo que evitan tanto compañías sumamente apalancadas que presentan un deterioro en sus márgenes brutos como valores cíclicos de menor calidad. Como suele suceder, los cambiantes entornos empresariales tienen el poder de exponer las vulnerabilidades corporativas, lo que amplifica la importancia de adoptar un criterio selectivo.