Nuestras actitudes y comportamientos ante el riesgo y la incertidumbre están implantadas en nuestro cerebro desde el origen de nuestra especie y se desarrollaron para sobrevivir en un entorno plagado de peligros y dificultades, donde se necesitaba tomar decisiones rápidamente, para por ejemplo esquivar a peligrosos animales o proteger a tu familia.
Esa capacidad de decidir rápida e instintivamente por lo general es bastante útil, pero trasladado al mundo de las inversiones, nos hace más propensos a cometer todo tipo de errores, y explica el comportamiento de los mercados en el corto plazo influenciados por las emociones de los inversores.

Benjamin Graham (1894-1976) considerado el padre del Value Investing y autor de libros de referencia como “El inversor inteligente” (1949), fue consciente del impacto de las emociones e hizo famosa su cita: “El peor enemigo del inversor, probablemente sea él mismo”.
Para que entendieran sus alumnos y seguidores cómo se comporta la bolsa, Graham utilizó una alegoría en la que convierte a este mercado financiero en una persona (Mr. Market) con un trastorno bipolar, la psicosis maníaco-depresiva, un problema psicológico que afecta a su estabilidad emocional y que le producía bruscos cambios de humor.
Unos días Mr. Market se despierta contento y optimista, por lo que compra acciones a precios muy altos, mientras que en otros, se muestra depresivo y pesimista, vendiendo sus acciones a precios muy bajos. Estos cambios de humor pueden durar días, meses o años, pero a largo plazo siempre tiene algún período en el que vuelve a la normalidad y acaba entrando en razón.
Los episodios que estamos viviendo estas semanas vuelven a confirmar las teorías de finanzas conductuales, no solo en términos de que al tomar decisiones de inversión somos irracionales en ocasiones, sino que es previsible que lo seamos por el efecto de nuestras emociones.
El sociólogo William Davis, en su libro “Estados nerviosos: cómo las emociones se han adueñado de la sociedad”, explica cómo el debate público se ha contaminado de pánico, excitación y urgencia, y los desafíos a los que nos enfrentamos viviendo en un mundo de sensaciones inmediatas en tiempo real.
Probablemente, la creciente globalización económica y financiera, la potente tecnología operativa y la facilidad de transmisión de la información potenciada por las redes sociales, facilita la transmisión de sentimientos de pánico o euforia a todo el sistema mundial con una rapidez e intensidad desconocidas hasta ahora, y el efecto contagio refuerza la volatilidad al igual que una resonancia física.
Ante todo, no se puede gestionar lo que no se comprende y, fundamentalmente, debemos entender que el mercado financiero puede permanecer con comportamientos irracionales durante más tiempo que nosotros solventes, como nos recordaba el economista británico John M. Keynes.
La diferencia en el episodio que estamos viviendo con otras ocasiones ha sido la velocidad de la caída de los mercados por un evento no esperado que ha generado un miedo amplificado: tememos por nuestra salud y la de nuestros seres queridos, por la salud de nuestra empresa y nuestro empleo, y también por la salud de nuestras finanzas personales.
Muchas emociones negativas para controlar nuestros espíritus animales, que buscan la huida del peligro por nuestra aversión a las pérdidas, olvidando que el principal efecto es la obtención de peores rendimientos a medio y largo plazo que el mercado.
El matemático y filósofo Blaise Pascal nos decía en el siglo XVII que “el corazón tiene razones que la razón ignora”. Las decisiones de corto plazo generadas por una emoción intensa pueden provocar patrones de comportamiento y que las conductas se repitan ante situaciones similares en el futuro, aunque ya no esté presente la situación que motivó la emoción original. Es lo que el economista conductual Dan Ariely llama “cascada emocional” y, que junto con el efecto manada y otros sesgos conductuales, hacen muy probables los comportamientos irracionales en el futuro.
Entender el proceso detrás de cada una de las decisiones de inversión de los participantes del mercado, es esencial para mejorar nuestras decisiones como inversores y, en este punto, la psicología aplicada a las finanzas es un factor relevante en dicho proceso.
Quizás podríamos mejorar nuestras decisiones si incorporásemos un mejorado análisis de probabilidad y árboles de decisión con respecto a comportamientos e impactos de las emociones en las decisiones del resto del mercado, teniendo en cuenta que nuestra decisión será más acertada si tenemos en cuenta la influencia conjunta de las decisiones de todos los agentes.
Si los inversores conocieran mejor su previsible comportamiento y el del resto del mercado, probablemente condicionaría un perfil de riesgo menos emocional, con mayor capacidad de asumir la volatilidad de los mercados y, por tanto, de decidir las inversiones más racionalmente con un plan estratégico orientado a la consecución de sus objetivos a medio y largo plazo.