8 FEB, 2024
Por La Française AM
Océane Balbinot-Viale, analista senior de ESG en La Française AM
Con la publicación el pasado mes de marzo de la última entrega del Sexto Informe de Evaluación (IE6) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), 2023 marcó un punto de inflexión en la narrativa del cambio climático mundial. A lo largo de sus casi 10.000 páginas, la máxima autoridad ciéntifica que investiga sobre el cambio climático puso de manifiesto la acuciante realidad de quees más probable que el calentamiento global alcance los 1,5 °C a corto y medio plazo.
La última entrega alimentó el informe Global Stocktake de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que subraya que la trayectoria de 1,5° C exige ahora que las emisiones mundiales disminuyan un 43% de aquí a 2030, respecto a los niveles de 2019, y un 60% hasta 2035. A raíz de estos dos informes históricos, el papel de las instituciones financieras nunca ha sido tan crucial, y el sector financiero se ha visto aún más empujado al epicentro de la acción. La influencia del sector financiero en la asignación mundial de capital le brinda una oportunidad única para impulsar la transición hacia una economía sostenible y baja en carbono. Esto, junto con una normativa mundial cada vez más estricta, está llevando a un número creciente de instituciones a comprometerse con el Acuerdo de París.
A medida que se reducen las oportunidades para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C, los inversores se enfrentan a una de las herramientas más importantes de su estrategia climática: la evaluación de la temperatura de la cartera. Esta medida es más que un mero símbolo del impacto medioambiental de una cartera; es un reflejo tangible del grado potencial de calentamiento global que podrían provocar las emisiones de las inversiones subyacentes.
La "temperatura" de la cartera proporciona a los inversores información crucial en varios frentes:
La ausencia de un enfoque universalmente aprobado implica navegar por un complejo panorama de metodologías, cada una con sus puntos fuertes, limitaciones y sesgos inherentes. Ya sea el "Climate Disclosure Project (CDP) - World Wildlife Fund (WWF) Temperature Rating", la metodología "Trucost Portfolio 2°C Alignment Assessment" de S&P, "The Paris Agreement Capital Transition Assessment" (PACTA), el modelo "Implied Temperature Rise" (ITR) de MSCI o la metodología "Carbon Impact Analytics" (CIA) de Carbono 4, los inversores se enfrentan a un conjunto diverso de herramientas para guiar su viaje hacia el "Net Zero".
Pero, ¿cómo se comparan estas metodologías y cuáles son sus ventajas relativas y sus posibles escollos? ¿Cómo sortear las incertidumbres inherentes? Y, como inversores, ¿qué conclusiones pueden extraerse de los distintos resultados en relación con la contribución de las carteras a un futuro con bajas emisiones de carbono?
Comprender la variedad de metodologías es un primer paso necesario. La elección de la metodología determinará obviamente las estrategias climáticas de los inversores, influyendo así en las decisiones de desinversión, las asignaciones de capital, los compromisos de los accionistas y la defensa de las políticas. En un mundo que se enfrenta a retos climáticos sin precedentes, estas decisiones podrían marcar la diferencia entre un futuro caracterizado por un cambio climático galopante y un mundo "Net Zero".